viernes, 7 de agosto de 2009

OPINION - INCENDIOS: LA CANCION DEL VERANO

Por José Ramón Campoamor Urendes

De hace unos años a esta parte los veranos ya no son lo que eran. A la amenaza de la desaparición de los chiringuitos y al descenso de británicos alcoholizados por las calles de las principales zonas de veraneo de playa hay que añadir la desaparición de la tradicional canción del verano. Seguro que si escuchamos alguna de aquellas canciones del verano, vienen a nuestra memoria días de calor abrasador en la playa con la familia, aquella chica que podría haber sido y no fue, aquel verano enterrado bajo un túmulo de libros y apuntes, el fastidio del calor y el picor de la inoportuna escayola, justo antes de las vacaciones.

Solo hay una cosa que no solo ha permanecido invariable, sino que ha venido tomando fuerza año tras año. Cada año, con los primeros calores fuertes del verano, llegan puntuales los incendios forestales. Al principio, la especulación urbanística y el presunto aprovechamiento de la madera de las diferentes especies de pinos, de los que solo arden la corteza y las copas, quedando la madera intacta y perfectamente utilizable para cualquier aprovechamiento. Ante esta situación se impusieron restricciones al uso de los terrenos y a la reutilización de la madera que quedaba tras el incendio.

A pesar de todo cada año, con puntualidad biológica, como las aves que vienen a pasar el verano desde latitudes más frías, los incendios forestales siguen visitando nuestras sierras, cada vez más protegidas y cada vez más singulares. Año tras año los motivos van evolucionando, desde los intereses puramente económicos, hasta las consecuencias de una enfermedad mental que ha pasado desapercibida y que se manifiesta como una desatada e incontrolable pasión por el fuego.

Año tras año las diferentes administraciones, quizá demasiadas para reaccionar de forma ágil ante las necesidades de los contribuyentes anuncian nuevos esfuerzos en la lucha contra los incendios forestales, y año tras año muestran su incapacidad para tomar la cabeza de carrera en una competición en la que perdemos todos, en la que el trofeo es dejar de perder nuestro patrimonio natural. Esta claro que un contrato hoy con una empresa de hidroaviones, que unos cuantos camiones de dudosa estabilidad y otras medidas de similar envergadura, no sirven de mucho a la hora de la verdad, salvo para levantar las suspicacias de los más clarividentes, que ven en esta nueva actividad un excusa mas para que continúen produciéndose nuevos incendios cada año, manteniendo el negocio derivado de su extinción, y por descontado, dar mil y un argumentos a los partidos en la oposición para criticar la nefasta política medioambiental del gobierno autonómico o central de turno.

Pero año tras año, coincidiendo con los días mas calurosos del verano, con los días en los que no es previsible que una tormenta de al traste con el espectáculo y en los que las condiciones climatológicas favorecen la propagación del fuego, asistimos al ritual del pánico y de la angustia. Del pánico de los que ven cómo este año les ha tocado la lotería del fuego y teme por que aquello por lo que han trabajado toda su vida desaparezca consumido por un fuego que nada tiene de purificador.

Ni las restricciones urbanísticas ni las económicas ni los contratos con empresas de hidroaviones, ni los eternos debates sobre las bondades de las políticas contra incendios de las diferentes administraciones son capaces de reducir la superficie que año tras año sufre el castigo del fuego destructor. En todo caso al drama del patrimonio natural desparecido debemos añadir el drama de las vidas humanas que perdemos cada año en la lucha contra los incendios.

No sería complicado evaluar el coste económico que suponen tanto los medios humanos como los equipos de extinción que cada año se movilizan en interminables jornadas de 24 horas para la extinción de los incendios. No debe resultar muy económico mantener un avión en el aire durante 16 horas seguidas.

Estaremos todos de acuerdo en que no podemos anticiparnos a la mente de un enfermo que siente tan siniestra atracción por el fuego. Cuando menos lo esperemos, preferiblemente de noche, el enfermo de turno dará rienda suelta a su fantasía para sentir una vez mas el torrente de endorfinas que le provoca contemplar como crece y se extiende el incendio. Paradójicamente la única solución al problema de los incendios forestales es la prevención. No tanto en cuanto a que se produzcan sino a que se extiendan con la rapidez y rotundidad con que lo hacen.

No hace más de 60 años, el azote de los incendios forestales no era tan severo como lo es en la actualidad, y sin embargo se desarrollaba mayor actividad en el monte, precisamente porque se hacía un mayo aprovechamiento del mismo. Durante esos años tanto la calefacción como algunos otros servicios dependían de combustibles como la leña o el serrín. La matanza del cerdo y otras actividades como la alfarería tradicional consumían importantes cantidades de monte bajo (aliagas) para alimentar hornos. Junto con el oficio de leñador coexistían el de carbonero que proveía de combustible “limpio” para las cocinas de la época. En definitiva, toda una actividad económica que se desarrollaba en el monte y que lo mantenía limpio.

Con el avance de la tecnología y el culto incondicional a la comodidad ante todo, esta actividad marginal cayó en el olvido. Nos hemos acostumbrado a pulsar un botón y que en cuestión de segundos disfrutemos de una temperatura adecuada, pero esta comodidad tiene sus contrapartidas. La mayoría de las veces inapreciables a simple vista que es como más nos gustan porque nos quita el engorroso trago de sentirnos culpables.

Después de los últimos incendios ocurridos no hace más de 5 días en la provincia de Castellón (da lo mismo la localización geográfica), he podido comprobar en primera persona que nuestros mayores, una vez más no andaban mal encaminados y que una vez más la experiencia, cualidad que como la de modelar un botijo o hacer un carbón que no produzca mucho humo esta en peligro de extinción, es la madre de la ciencia.

A todo el mundo sorprendió determinado comportamiento del fuego durante el incendio. Y es que cuesta creer que en una zona de monte bajo, una autovía y la propia vía del ferrocarril, no solo no sirvan de cortafuegos, sino que faciliten la propagación del fuego. He podido comprobar personalmente que el fuego en las proximidades de las zonas habitadas y en zonas de actividad humana (agricultura, obras publicas, etc) ha sido escrupulosamente selectivo en el camino a seguir. Así hay parcelas en las que el fuego no ha causado daño alguno, mientras que en las parcelas vecinas la destrucción ha sido total. El fuego ha tenido predilección por la parcelas abandonadas llenas de malas hierbas anuales extremadamente secas por los primeros calores del verano. Por las zonas forestales de difícil acceso en las que la maleza y el monte bajo hace años que crece sin control y que ciclo tras ciclo, va dejando su herencia en forma de combustible solido. El fuego ha tenido predilección por los taludes de la autovía. Tapizados de doradas gramíneas silvestres de nulo aprovechamiento económico y dudosa utilidad en cualquier otro sentido. Solo aquellos terrenos en los que la mano del hombre ha tenido la deferencia de eliminar la materia combustible se han salvado del efecto de las llamas y no por casualidad, sino porque no había nada que el fuego pudiera consumir. Se podría decir que de haber estado todas las parcelas y terrenos en las mismas condiciones el fuego habría terminado allí su destructiva andadura.

Pero no ha sido así, porque muchos propietarios particulares, municipales incuso el propio estado han dejado sus tareas por hacer, permitiendo que tanto los taludes de autovías, las pareclas de cultivo abandonadas, los terrenos forestales comunales, acumulen año tras año grandes cantidades de combustible a la espera de algún enfermo que desencadene todo el drama.

Parece que efectivamente la solución es puramente preventiva y que redundará en una mayor economía en la función correctiva, y esta prevención no es otra que la obligación de cada propietario de mantener sus parcelas en condiciones. De la misma forma que el propietario de un vehículo debe mantener su vehículo en unas condiciones mínimamente aceptables que se verifican mediante la correspondiente Inspección Técnica de Vehículos, el propietario de un terreno agrícola o forestal debe responder para que dicho terreno no suponga un riesgo y con la periodicidad adecuada, no superior a un año, de modo que las plantas anuales completen su ciclo, deberían proceder a la limpieza de dichas parcelas.

Un régimen puramente sancionador resultaría ineficaz puesto que muchas parcelas se encuentran a nombre de personas que han fallecido y supondría no mas que una lotería en la que se puede ganar o perder, mientras que el suelo continuaría acumulando material combustible.

Tampoco debe ser la administración la que corra con la totalidad de los costes de mantenimiento del medio forestal y agrícola, puesto que esa es la principal excusa para entablar litigios y pleitos cuya única finalidad es presentarse como inocentes ante una opinión pública que en la mayoría de los casos no sabe o no contesta.

Vivimos en una sociedad en la que la economía y sus indicadores mandan y se consideran como verdaderos actos de fe. Así pues es necesario implicar a los actores del teatro de la economía, que no son otros que las empresas de capital privado cuya actividad se centra en la prestación de servicios para la administración.

Una de las medidas que el gobierno de España ha puesto en marcha para tratar de reducir el impacto de la crisis económica sobre el sector de la construcción en forma de desempleo, ha sido permitir a los ayuntamientos incrementar su deuda con garantía del estado para la ejecución de obra publicas. Los ayuntamientos se han lanzado a la ejecución de obras de lavado de cara de aceras, parques públicos, adecuación de pasos para invidentes, cada ayuntamiento a su leal saber y entender y en función de los criterios estéticos y electorales de los mandatarios. Por desgracia hasta el momento no me consta que ninguna de las consecuencias de este conocido como Plan E haya sido la limpieza de un solo m2 de suelo forestal como medida de prevención de incendios en la próxima campaña de verano. Es cierto que se ve más un bordillo nuevo en la plaza del pueblo, o una mediana en una de las grandes vías, que una hectárea de monte limpio, pero nuestros políticos, esos que se empeñan en que creamos que gestionan nuestro dinero, deberían invertir también en lo que no se ve, pero que es necesario, quizá imprescindible.

Es necesario implicar a las empresas de servicios, que vean un nuevo motivo para mantener relaciones comerciales con sus clientes por excelencia que son las administraciones. La necesidad, que es mantener el monte limpio esta. El censo de usuarios existe en los catastros, con los datos fiscales de los propietarios de cada una de las parcelas. El servicio es bien sencillo mantener el monte, zonas agrícolas y áreas anexas a grandes obras publicas libres de material combustible de cara al verano, como ocurre con esas parcelas que se han salvado de los efectos del fuego.

En no mas de un año nuestros contratistas dispondrán de un catastro rustico actualizado. Cada propietario pagará una tasa aprobada por la administración en concepto de limpieza de suelos rustico. Se regularizará necesariamente la propiedad de la tierra. Se valorizarán toneladas de materia orgánica que en lugar de arder y favorecer la expansión de incendios forestales, serán incineradas de forma controlada y liberaran su energía en forma de Kwh que podrán revertir a la red eléctrica nacional. Se creará un buen numero de puestos de trabajo asociados al suelo rustico, como toda la vida y se reducirán los efectos de los incendios forestales, pero todo esto se le tiene que ocurrir a alguien.

En Segorbe a 28 de Julio de 2009

2 comentarios:

  1. Hola, José Ramón.
    Tengo noticias a través de una amiga que trabaja en AIDIMA de que en breve la Conselleria de Medi Ambient va a reunirse con varios expertos en la materia para dialogar sobre la necesidad de mantener los montes "limpios" (talas selectivas, desbroces, podas) para prevenir los incendios. El fuego en el Mediterráneo es un elemento necesario, de renovación de los bosques, por eso casi todas las plantas que tenemos por aquí son pirófitas. Sin embargo, el éxodo rural, como bien indicas en tu artículo, ha convertido el monte en un polvorín.
    La Generalitat Valenciana, por ejemplo, presume de tener los mayores medios de Europa para extinción de incendios pero, ¿qué se hace para prevenirlos? De ello hablarán en la mesa de trabajo que el próximo otoño se creará. A ver si sirve para algo...
    Muy interesante, tu artículo, igual que los otros tres. A ver si encuentro un momento para comentarte algo más.
    Saludos!

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